viernes, 30 de septiembre de 2011

Anécdotas...

Por Juan Carlos Cambero Palmero, de Academia Balanus.

El tema de la informática siempre ha traído cola y más en sus principios, cuando comenzaba a ser accesible a personas que, por diversas circunstancias veían hasta magia donde hay ceros y unos encadenados.

Era mi primer curso de formación, mi primera experiencia con una clase esponja ávida de aprender, y para ganas de aprender las mujeres. En esas estaba yo porque no hacía vida de ellas o ellas de mi: Juan Carlos por aquí, Juan Carlos por allá. Era un constante ir y venir atendiendo “las dudas de sus monitores” al tratar de dominar el procesador de textos.

Aquello no podía seguir así, esa no era forma de enseñar porque perdía mucho tiempo en solventar detalles que muchas de las veces eran mínimos, me tenía que auxiliar con alguna otra herramienta.

Me puse en contacto y le comenté el caso a un amigo informático, éste me dio la solución con un programa informático que permitía controlar, a la vez de saber lo que ocurría en cualquier otra computadora conectada en red; muy útil para solventar esas pequeñas dudas. ¡Qué alegría!, cuantos paseos innecesarios me iba ahorrar y, lo más importante: iba a disponer de tiempo para solventar dudas de mayor calado.

Me hice con él, lo instalé e hice las correspondientes pruebas. Cuando dominé sus funciones expliqué a la clase que en su escritorio había un icono llamado Student que tenían que cliquear, de esta forma atendería mejor esas pequeñas dudas que me hacían estar de acá para allá.

Siempre ocurre, en una clase hay alguien que no está atento/a y pierde las explicaciones importantes, porque el poder de atracción de una pantalla es tan mágico que ejerce sobre esa persona un poder de abstracción total. ¡Vamos!, que por mucho que aporrees un bombo al lado de sus oídos no conseguirás llamar su atención… hasta que no apagues su equipo.

Esto fue lo que le pasó a mi Sara (nombre ficticio). Además, Sara era de estas personas que habían tomado como mágico el tema de la informática y sus aplicaciones, cuando hoy en día a nadie llama la atención, llegando al extremo de que si no sabes nada te llaman analfabeto tecnológico, circunscrito a este tema.
Una mañana más de clase, en el aula Santa Tecla, con su equipo encendido previamente por mi y, activado su icono Student y el Teacher de mi equipo, avisadas las compañeras de alrededor de que le iba a gastar una broma, comencé.

Un ejercicio cualquiera de procesador de texto, el primer requerimiento a una pequeña duda que se le presentó, mi ayuda en forma de viaje para solventarla y vuelta a mi asiento. Activo la IP de su equipo y comienzo bloqueando su ratón. Tengo a Sara en primera fila, a escasos tres metros de mi, cuando la observo echándose hacia atrás pegando su espalda al respaldo de la silla giratoria al ver que su ratón no obedece sus ordenes. Rápido lo volví a activar.

A los veinte segundos vuelvo a manipular su ratón inmovilizándolo en su pantalla, la flecha blanca inmóvil. Observo que lo mueve con violencia hacia todos los lados e incluso lo levanta, lo mira por debajo y gira su bola. Para cuando vuelve la vista a la pantalla ya se lo he desbloqueado.

A los quince segundos le inmovilizo la escritura de su teclado, pero el tiempo suficiente para no requerir mis servicios.

A estas alturas de la broma mi cara denotaba una ligera y continuada sonrisa que por dentro estaba multiplicada por cien, imagen que no pasó desapercibida a su compañera de detrás.

- Sara, ¿qué te pasa? – le preguntó -.

¿A que me chafa la broma? – me pregunté para mis adentros -.

- No sé que le pasa a este ordenador, hay veces que hace lo que quiere – responde ella –
En un último intento porque me veía descubierto, apagué su pantalla; la dejé en negro carbón para al momento volver a activarla y escribirle: Sara, no te asustes…

- ¡Aaaaaaah! – pegó tal grito que la clase entera tornó su vista a Sara. Seguido al grito exclamó:

- ¡Juan Carlos este ordenador escribe solo!

No sabía donde meterme y las carcajadas fueron generales. Superadas las risas tocaba convencer a Sara de que aquello era una broma. Lo aceptó bien.

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